Preparando
la Cuaresma
“¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida!
Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón.”
DEL MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA
“La Misericordia entonces «expresa el
comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad
para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21),
restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios
quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí
donde se perdió y se alejó de Él.”
“La
misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar
un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro
el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y
animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de
misericordia, corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se
traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo
en el cuerpo y en el espíritu,”
HA LLEGADO DE
NUEVO PARA LA IGLESIA EL TIEMPO DE ENCARGARSE DEL ANUNCIO ALEGRE DEL PERDÓN.
Tal vez por mucho
tiempo nos hemos olvidado de andar por la vía de la misericordia. Por una
parte, la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho
olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; …Es el tiempo de
retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de
nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e
infunde el valor para mirar el futuro con esperanza…La primera verdad de la
Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don
de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres… En nuestras
parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin,
dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de
misericordia.
LA MISERICORDIA ES UNA META DE PEREGRINACIÓN QUE REQUIERE COMPROMISO Y
SACRIFICIO.
La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo,
porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida
es una peregrinación y el ser humano es un peregrino que recorre su
camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa
en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las
propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que también la
misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio.
La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la
Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos
comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con
nosotros.
NO JUZGAR Y NO CONDENAR.
El Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es
posible alcanzar esta meta: « No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y
no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una
medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros
vestidos. Porque seréis medidos con la medida que midáis » (Lc 6,37-38).
Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si
no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez
del propio hermano. .
¡CUÁNTO MAL HACEN LAS PALABRAS CUANDO ESTÁN MOTIVADAS POR SENTIMIENTOS
DE CELOS Y ENVIDIA!
Hablar mal del propio
hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su
reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa,
en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir
que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo
todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la
misericordia. Jesús pide también perdonar y dar.
Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido
de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre
nosotros su benevolencia con magnanimidad.
ABRIR EL CORAZÓN A
CUANTOS VIVEN EN LAS PERIFERIAS EXISTENCIALES
¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo
hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su
grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos
ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a
aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a
curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la
indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide
descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para
mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas
privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de
auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para
que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la
fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la
barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la
hipocresía y el egoísmo.
LOS POBRES SON LOS PRIVILEGIADOS DE LA
MISERICORDIA DIVINA.
Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo
sobre las obras de misericordia
corporales y
espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces
aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón
del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia
divina. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer
al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al
forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos.
Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo
al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al
triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas,
rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
« SEREMOS JUZGADOS EN EL AMOR» san Juan de la Cruz1
No podemos escapar a las palabras del Señor y en
base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al
sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo
para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45).
Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el
miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la
ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados
de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de
ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió
y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si
tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con
nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración a nuestros
hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo
mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado,
flagelado, desnutrido, en fuga...
« ME
HA UNGIDO PARA ANUNCIAR A LOS POBRES LA BUENA NUEVA, ME HA ENVIADO A PROCLAMAR
LA LIBERACIÓN A LOS CAUTIVOS Y LA VISTA A LOS CIEGOS, PARA DAR LA LIBERTAD A
LOS OPRIMIDOS Y PROCLAMAR UN AÑO DE GRACIA DEL SEÑOR » (Is 61).
“Un año de gracia”: es esto lo que el Señor
anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año Santo lleva consigo la riqueza de la
misión de Jesús que resuena en las palabras del Profeta: llevar una palabra y
un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están
prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la
vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver
a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se
hace de nuevo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer.
JUSTICIA Y MISERICORDIA.
Son dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla
progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor.
La justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil cuando,
normalmente, se hace referencia a un orden jurídico a través del cual se aplica
la ley. Con la justicia se entiende también que a cada uno se debe dar lo que
le es debido. En la Biblia, muchas veces se hace referencia a la justicia
divina y a Dios como juez. Generalmente es entendida como la observación
integral de la ley y como el comportamiento de todo buen israelita conforme a
los mandamientos dados por Dios. Esta visión, sin embargo, ha conducido no
pocas veces a caer en el legalismo, falsificando su sentido originario y
oscureciendo el profundo valor que la justicia tiene.
« YO QUIERO AMOR, NO SACRIFICIO » (Oseas 6, 6).
Jesús, citando a Oseas afirma que de ahora en adelante la regla de vida
de sus discípulos deberá ser la que da el primado a la misericordia, como Él
mismo testimonia compartiendo la mesa con los pecadores. La misericordia, una
vez más, se revela como dimensión fundamental de la misión de Jesús. Ella es un
verdadero reto para sus interlocutores que se detienen en el respeto formal de
la ley. Jesús, en cambio, va más allá de la ley; su compartir con aquellos que
la ley consideraba pecadores permite comprender hasta dónde llega su
misericordia.
DIOS VA MÁS ALLÁ DE
LA JUSTICIA
La época del profeta Oseas se cuenta entre las más dramáticas de la
historia del pueblo hebreo. El Reino está cercano de la destrucción; el pueblo
no ha permanecido fiel a la alianza, se ha alejado de Dios y ha perdido la fe
de los Padres. Según una lógica humana, es justo que Dios piense en rechazar el
pueblo infiel: no ha observado el pacto establecido y por tanto merece la pena
correspondiente, el exilio. Las palabras del profeta lo atestiguan: « Volverá
al país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a convertirse » (Os 11,5).
Y sin embargo, después de esta reacción que apela a la justicia, el profeta
modifica radicalmente su lenguaje y revela el verdadero rostro de Dios: « Mi
corazón se convulsiona dentro de mí, y al mismo tiempo se estremecen mis
entrañas. No daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín,
porque soy Dios, no un hombre; el Santo en medio de ti y no es mi deseo
aniquilar » (11,8-9). Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el
perdón…. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta
el amor que está a la base de una verdadera justicia.
LA JUSTICIA: ¿MERA OBSERVANCIA DE LA
LEY?
Por su parte, Jesús habla muchas veces de la importancia de la fe, más
bien que de la observancia de la ley. Es en este sentido que debemos comprender
sus palabras cuando estando a la mesa con Mateo y otros publicanos y pecadores,
dice a los fariseos que le replicaban: « Vayan y aprendan qué significa: Yo
quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores » (Mt 9,13). Ante la visión de una
justicia como mera observancia de la ley que juzga, dividiendo las personas en
justos y pecadores, Jesús se inclina a mostrar el gran don de la misericordia
que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. Se
comprende por qué, en presencia de una perspectiva tan liberadora y fuente de
renovación, Jesús haya sido rechazado por los fariseos y por los doctores de la
ley. Estos, para ser fieles a la ley, ponían solo pesos sobre las espaldas de
las personas, pero así frustraban la misericordia del Padre. El reclamo a observar
la ley no puede obstaculizar la atención a las necesidades que tocan la
dignidad de las personas.
LA JUSTICIA DE DIOS ES SU PERDÓN
También el Apóstol Pablo hizo un recorrido parecido. Antes de encontrar
a Jesús en el camino a Damasco, su vida estaba dedicada a perseguir de manera
irreprensible la justicia de la ley (Flp 3,6). La conversión a
Cristo lo condujo a ampliar su visión precedente al punto que en la carta a los
Gálatas afirma: «Hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de
Cristo y no por las obras de la Ley » (2,16). Su comprensión de la justicia ha
cambiado ahora radicalmente. Pablo pone en primer lugar la fe y no más la ley.
No es la observancia de la ley lo que salva, sino la fe en Jesucristo, que con
su muerte y resurrección trae la salvación junto con la misericordia que
justifica. La justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos
están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias. La justicia
de Dios es su perdón (Sal 51,11-16).
LA CRUZ DE CRISTO, ES EL JUICIO DE DIOS
SOBRE TODOS NOSOTROS Y SOBRE EL MUNDO, PORQUE NOS OFRECE LA CERTEZA DEL AMOR Y
DE LA VIDA NUEVA.
Debemos prestar mucha atención a cuanto escribe Pablo para no caer en el
mismo error que el Apóstol reprochaba a sus contemporáneos judíos:
« Desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia,
no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para
justificación de todo el que cree » (Rm 10,3-4). Esta justicia de
Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y
resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, entonces, es el juicio de Dios
sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y
de la vida nueva.
MOMENTOS VIVIDOS DURANTE LA ADORACIÓN CONTINUA
DEL VIERNES 5 DE FEBRERO DEL 2016